Encuentro por los 10 años del anarco comunismo en Chile. El ejercicio de mirarse al espejo

Los días 8 y 9 de enero del presente año tuvo lugar un importante encuentro para el medio libertario local. Convocado por una serie de organizaciones y por esta revista, más de 150 asistentes coparon las dependencias de la Confederación Nacional de Trabajadores de la Construcción en una jornada que arrastraba muchas expectativas y que vale la pena analizar con mayor atención.

Primero que todo debe hacerse una pequeña contextualización del encuentro.

Las razones de su realización son dos: conmemorar el nacimiento del Congreso de Unificación Anarco Comunista (C.U.A.C.) y sentar un hito político para el (pequeño y marginal) mundo libertario criollo.

Podríamos decir que lo primero se hizo explícito en la misma convocatoria del encuentro: “este año se cumplen diez años desde que un grupo de militantes del anarco-comunismo se reunieron para discutir la proyección de sus principios y objetivos al interior de nuestra clase, la de los explotados”. Es decir se reconoce el importante valor que dicha iniciativa comenzada 10 años atrás, tiene aún hoy sobre muchos de los y las militantes libertarios y en las organizaciones existentes. Era necesario hacer un gesto.

El segundo motivo estaba implícito y se fue haciendo evidente mientras avanzaba el encuentro. 10 años después ya no se trataba de volver a discutir si el anarquismo debía encerrarse en la esfera (importante, pero limitada) de la cultura o contra-cultura, o de si debíamos o no reconocernos parte de un pueblo trabajador y oprimido (y por tanto parte de sus iniciativas y reivindicaciones). De lo que se trataba era de reafirmar una posición marcadamente anarco-comunista, vale decir, popular, clasista y decididamente parte de las alternativas que los movimientos sociales se dan a sí mismos. Este era el segundo motivo del encuentro.

Algunos podrán decir que no es necesario realizar algo como eso, que si ya existe claridad respecto del qué debemos hacer (al menos en el fundamento del quehacer) mejor no desgastarse en repetirlo y someterlo a debate. Y recurriendo a un supuesto pragmatismo se opta por ‘hacer las cosas de verdad, y no discutir lo ya acordado’.

Al respecto hay que explicar un par de cuestiones (aprovechando la crítica imaginaria para desarrollar lo que viene).

Es probable que esta necesidad de afirmación de la perspectiva social del anarquismo de cuenta de cierto temor o de cierta falencia al momento de hacerla hegemónica dentro de quienes vemos como compañeros naturales y necesarios. Y esto es justamente lo que día tras día debe revisarse y analizarse sin temores ni titubeos puesto que de esto depende nuestro éxito o fracaso como revolucionarios. Y hoy hemos visto muy extendida una vieja imagen del anarquismo que sólo la aleja de nuestros horizontes. Son las llamadas por Luigi Fabbri “influencias burguesas” que, tapizadas de un lenguaje ultra-radical, hunden al anarquismo al subsuelo de las sombras y de la pirotecnia vacía de sentido político.

Sabemos que nos referimos a un círculo pequeño y sin ningún tipo de enraizamiento ni incidencia social verdadera, pero no somos ajenos a la mediatización y utilización política nefasta que recae sobre quienes optan por un trabajo serio, humilde y verdadero. Sin desgastarnos demasiado, es necesario diferenciarse y recuperar los espacios (muchas veces simbólicos) que aquellas influencias nos han arrebatado. Influencias mezquinas políticamente y ante todas luces anti-sociales.

Lo anterior explica, la autodenominación de anarquismo social[1] que para muchos parece absurda, pero que para otros nos resulta necesaria en los tiempos actuales. Lamentablemente necesaria.

Ahora bien, ya revisamos las motivaciones que llevaron a las diversas organizaciones a realizar este encuentro. Detengámonos a continuación en los contenidos y en el desarrollo del encuentro[2].

Como ya mencionamos, el objetivo era aprovechar los 10 años de la fundación del C.U.A.C. para repasar lo que desde ese momento se ha realizado y también lo que no se ha realizado por los libertarios en Chile. Esto constituyó el principal aporte del encuentro, y también lo hace original respecto a las prácticas tradicionales de la izquierda (sobre todo la más radical). ¿Por qué?. Porque en el fondo, lo que se hizo fue someter al juicio público, abierto y diverso nuestra actividad de 10 años. Organizaciones distintas y experiencias variadas no sólo en sus temáticas y desarrollos, sino también en sus momentos de existencia, se desnudaron al análisis colectivo y crítico de los asistentes quienes asumidos desde un principio en los caminos del comunismo libertario no fueron condescendientes con los aciertos y avances ni del C.U.A.C. ni de los 10 años de ensayo y error que le sucedieron.

Dicho de otra manera, la pequeña experiencia acumulada, los grandes aprendizajes adquiridos y el sinnúmero de ideas y propuestas que han marcado estos 10 años (y en términos más amplios toda la post-dictadura) fueron sacados del hermetismo político orgánico (muy propio de la izquierda) y puestos sin vacilación en manos de todo aquel que se siente parte de este proyecto. Un proyecto amplio pero cada vez más claro en sus fundamentos.

A juicio de quien escribe, por pequeño que haya sido este ejercicio, constituye una experiencia importantísima, tremendamente original y honesta. Una práctica que lleva un sello libertario en toda su expresión.

¿Qué nos indica haber realizado esto, y qué consecuencias podría acarrear?

Por una parte se da cuenta de un grado de madurez política alcanzada y que hace posible realizar un encuentro con las características expuestas. Y esto no es menor, ya que como muy acertadamente sostuvo el primer expositor del encuentro, el anarquismo criollo carece de referentes inmediatos nacionales, es decir no existe una continuidad explícita y articulada de esta generación que hace reaparecer el comunismo anárquico desde fines de los años 90 con generaciones anteriores (de anarquistas o anarcosindicalistas). Por lo mismo toda experiencia que se realiza se ha hecho en base a la creatividad y voluntad de los militantes libertarios.

Por otra parte la realización de este encuentro habla de avances políticos más definidos. Existe una experiencia que contar y someter a crítica pública. Ya tenemos algo así como una práctica política que se desenvuelve en diversas áreas del campo social y a su vez hemos logrado ir desarrollando una perspectiva política propia y dinámica (inacabada y aún muy limitada por cierto). Esto es un valor y debe reconocerse como tal, no así descansar en ello.

En cuanto a las consecuencias que podemos observar destacaremos tres, no sin antes advertir que aquí estamos hablando de posibilidades que deben contar con ciertas condiciones para realizarse.

Como primera cosa es indudable que desde aquí (desde la realización del encuentro) pueden darse una serie de articulaciones en distintos niveles (políticos y político – sociales). En ese sentido el encuentro (y las eventuales reuniones posteriores) pueden servir de plataforma instrumental para facilitar alianzas de diverso orden.

En segundo término e hilando más fino, podemos aventurarnos a pensar que espacios como éste dan pie a proyectos orgánicos de mediano (sino largo) plazo de mayor alcance y trabajo. El tema de una Organización Nacional aparece en el horizonte, aunque a ratos pareciera más una tendencia voluntarista de algunos, pero que no deja de ser relevante para muchos y muy probablemente una guía para encaminar esfuerzos y perspectivas.

Por último y  sin dudas lo más difícil pero a su vez relevante dice relación con la construcción de movimiento libertario. Sin ahondar demasiado en este tema (da para un artículo en sí mismo), es necesario afirmar la inexistencia de algo así como un movimiento libertario chileno. Como ya dijimos hay experiencias, hay trabajo, hay perspectivas y desarrollos variados. Pero un movimiento exige mayores niveles de articulación, de comunicaciones, de acuerdos y sistematicidad. No obstante, el encuentro de enero debe ser visto con otros ojos y aceptar que cualitativamente se está en otro nivel respecto al pasado. Así las exigencias son mayores y los desafíos también. La convivencia política entre diversos actores del anarquismo es necesaria y posible.

Para finalizar apuntaremos ciertas ausencias y desafíos que el encuentro realizado debería lograr resolver.

Indudablemente deben generarse espacios de discusión y articulación (de los libertarios, este es un encuentro de los libertarios) programática en el corto plazo. Alimentarnos de perspectivas distintas y de experiencias lejanas a la inmediata de cada uno es una necesidad que tenemos para nuestro desarrollo en el movimiento popular.

Así también la incorporación progresiva de más compañeros, organizaciones y experiencias es clave en nuestro camino y muy importante es también poder extender los lazos a lo largo del país (aprovechando plataformas e iniciativas que ya existen).

En este mismo sentido no podemos dejar pasar la ausencia de los compañeros de la Organización Comunista Libertaria, que son también herederos de la experiencia del C.U.A.C. y que arrastran consigo importantes experiencias y aprendizajes. Lamentablemente en ocasiones anteriores no han querido sumarse a actividades como ésta, pero confiamos en que con el paso del tiempo se transformen también en un elemento más de lo que podría estar construyéndose. Su aporte, al igual que el de muchos otros, es también indispensable.

Otra ausencia notoria en el encuentro fue el de organizaciones extranjeras, particularmente argentinas y/o uruguayas quienes sin lugar a dudas han sido parte importante del desarrollo local del comunismo anárquico. Con ellos ha habido procesos similares y también han sido fuente de inspiración de mucho de lo aquí realizado. Su experiencia y análisis es fundamental para comprender el nuestro y para los pasos que deben darse desde ahora en adelante.

En resumidas cuentas el encuentro de enero tiene un doble valor: constituye un hecho político lleno de sentido y plantea una serie de desafíos que deben asumirse por la totalidad de quienes se reconocen parte del proyecto anarco-comunista. Se abren nuevas perspectivas y con ello se demanda un mayor nivel de responsabilidad y atrevimiento.
Salud y RS.
Camilo

[1] Este concepto, anarquismo social  ha sido creado y utilizado (básicamente por los mismo motivos expuestos aquí) por Frank Mintz (www.fondation-besnard.org) y por la Federación Anarquista de Río de Janeiro.

2 No resumiremos aquí las exposiciones o las discusiones, para eso visitar http://www.anarkismo.net/article/15597.

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Acerca de la actividad “10 años de Comunismo Libertario en Chile”.

Actualmente el Comunismo Libertario, sus expresiones orgánicas y su presencia en la realidad política y social es muy superior a la que vivó el CUAC, aunque aún es apenas percibida por lo que no podemos sino comenzar por una breve visión del momento, del estado de posición real del Comunismo Libertario en la clase trabajadora chilena y sus pueblos.

Sabemos con toda claridad que la continuidad histórica de las expresiones del Anarquismo, y dentro de ellas del Comunismo Libertario, se rompieron hace varias década siendo uno de sus últimos íconos la experiencia desarrollada por Ernesto Miranda y sus iniciativas sindicales por allá a fines de los 50’. No es casualidad el ocaso del Comunismo Libertario en manos del marxismo, leninismo y nueva izquierda.

Solo a inicio de la década del 90’ se comenzó a dar un planteamiento entorno a las ideas libertarias y anarquistas, dentro de las cuales cuajó en mayor medida el Comunismo Libertario, dando origen hacia fines de la década al CUAC. A esta convergencia se sumaron principalmente la juventud crítica del modelo de representación política y de los partidos del bloque en el poder, juventud que se sumó desde las luchas estudiantiles, poblacionales y en menor medida sindicales.

Con el transcurso de los diez años que siguieron al nacimiento y posterior disolución del CUAC, el país vivió transformaciones políticas significativas. En este tiempo siguieron sumándose más juventudes al proceso, con mayores claridades sobre las tareas a realizar pero además se sumaron mucho más sectores desde el mundo sindical y poblacional, lo que fue configurando, no solo para el Comunismo Libertario, sino para la izquierda de intención revolucionaria en general, la necesidad de mejorar los niveles de inserción, orientación y organización de estas iniciativas. En este trance histórico, se ha ido produciendo un encuentro, aunque incipiente, entre diferentes segmentos generacionales, y por tanto diversas experiencias históricas, que han contribuido en el mejoramiento de los niveles organizativos.

Los comunistas libertarios chilenos representan hoy un espacio, en muchos casos  espacios orgánicos reales, que le permiten pensar la posibilidad de transformase en alternativa de poder en el futuro. Es en este contexto que debemos comprender la iniciativa desarrollada en el mes de enero. Por lo mismo no es de extrañar que la discusión de este evento haya rondado alrededor de las experiencias de inserción y la necesidad de una organización comunista libertaria.

La construcción de un movimiento clasista de intención libertaria, y la organización de los Comunistas Libertarios.

Los niveles de inserción desarrollados hasta hoy por los Comunistas Libertarios chileno dan cuenta de una voluntad, pero no siempre de una realidad. Hoy se debate en el seno de las estrategias colectivas dos posiciones medianamente claras. Por un lado aquella que convoca al debate publico, a la construcción del imaginario comunista libertario que se mezcla con la inserción real. Una estrategia que intenta reposicionar el Comunismo Libertario en las prácticas del pueblo, desde espacios específicos, que en algunos casos se alejan del pueblo mismo. Una estrategia que insiste en debatir sobre la “identidad” comunista libertaria, que en algunos casos vemos que coloca las intenciones del “movimiento” por sobre las del pueblo, que establece las “necesidades” de la construcción, por sobre y fuera del pueblo, y que privilegia a los “hermanos” de ideas por sobre los hermanos de clase.

Por otra parte hay otra estrategia, que se convoca en la construcción dialéctica con la clase trabajadora y el pueblo, y que asume la acción Comunista Libertaria como una acción orientadora, pero desde dentro de la clase misma. Que comprende que los Comunistas Libertarios no estamos ni delante ni detrás de las organizaciones de la clase, sino más bien al lado y dentro de ella, y que sólo desde esa posición puede hacer síntesis de la realidad para contribuir en la construcción de la línea política de la clase trabajadora y el pueblo.

Estas dos estrategias manifiestan pasos tácticos con tiempos distintos. Mientras unos se convocan para discutir la necesidad de la organización política Comunista Libertaria, otros la levantan al calor de la construcción social y política de la clase.

La necesidad de la organización política no puede debatirse sobre la voluntad de los componentes del “movimiento”, más bien debe ser reflejo del nivel de desarrollo de la capacidad política de la clase trabajadora y sus pueblos, en cuya medida la organización política Comunista Libertaria establece sus propias necesidades y acciones.

El nivel de desarrollo que hoy manifiesta la clase trabajadora y el pueblo chileno desde la población a los centros de trabajo, pasando por los centros de estudios, requiere de un acuerdo táctico de los Comunistas Libertarios, tanto de las Organizaciones de los Comunistas Libertarios, como de las individualidades. El vacío ideológico y la precaria orientación política de nuestra clase y sus pueblos, nos demandan a los sectores de intención revolucionaria Comunistas Libertarios establecer un acuerdo táctico, que no niegue ni se detenga en las diferencias, y que más bien nos permita constituir un espacio de acción, un movimiento de clase libertario, que en base a un programa mínimo se transforme en un motor dentro de la clase.

No debemos pensar esto como una receta, sino más bien como un espacio público de debate y construcción, pero en base a ideas compartidas y no a descalificaciones. Un espacio que no interrumpa los procesos propios de cada fuerza, sino más bien sea una guía para la acción, que permita internar masivamente el Comunismo Libertario en el seno de la clase trabajadora chilena y sus pueblos.

Juan Recabarren.
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Reflexiones sobre los diez años de anarco-comunismo en Chile

El 29 de Noviembre de 1999 concluía en Santiago un proceso de aproximadamente un año durante el cual un reducido número de anarco-comunistas, que venían de diversos espacios, se plantearon la necesidad de avanzar a mayores niveles de organización en el anarquismo y de dar un proceso de maduración política que volviera a poner a esta doctrina en el corazón de las luchas populares. Una de las vertientes de las cuales se nutrió esta nueva experiencia fue un sector de anarquistas que nos habíamos nucleado en torno a esta publicación, Hombre y Sociedad, y que desde hacía un par de años veníamos trabajando en el movimiento estudiantil y sindical. Mis opiniones respecto al proceso que llevó al nacimiento del Congreso de Unificación Anarco-Comunista aquel caluroso día hace más de una década, están, obviamente, marcadas por esta trayectoria que recorrimos colectivamente.

La génesis

Desde principios de los ’90 se vivía una especie de crecimiento explosivo de colectivos anarquistas en todo el país y de una creciente identificación de sectores de la juventud con el anarquismo, a veces de manera intuitiva, a veces con un discurso más o menos articulado. Desde mediados de esa década comienzan intentos de unificarse y coordinarse que terminan en fracaso. El epicentro de todas esas tentativas gravitó en Santiago, ciudad a la que llegué en 1996 y desde entonces me sumé a las tentativas por avanzar hacia una organización anarquista que pudiera canalizar este potencial principal, pero no exclusivamente, juvenil. Después de participar a comienzos del ’97 en un encuentro para organizar a los anarquistas que estuvo caracterizado por la improvisación y por la nula preparación, decidimos que uno de los aspectos fundamentales que debíamos trabajar era la formación militante, tener una prensa libertaria de calidad, que fuera más que una hoja mal fotocopiada, que pudiera repartirse en diversos espacios y con una cierta masividad. Así fue como nació Hombre y Sociedad a mediados de 1997, apareciendo un primer comunicado público en Octubre y nuestro primer número en Noviembre de ese año.

En paralelo veníamos trabajando junto a otros compañeros con los que eventualmente llegamos al Congreso del ’99 en espacios como el estudiantil y en menor medida el sindical. Estas experiencias de trabajo concreto –por ejemplo, en lo que fue la efímera Coordinadora Autónoma Estudiantil nacida durante las tomas universitarias de 1997- fueron las que cimentaron una visión del anarquismo en quienes participamos de ella que iba muchísimo más allá de la contracultura o de la irrupción espectacular en las marchas. Estas experiencias nos acercaron y pavimentaron el camino a la posterior unidad –proceso que no estuvo exento de roces, distanciamientos y lejos de cualquier noción de proceso lineal. De hecho, para fines de año muchos de ese piño nos habíamos distanciado y volcado a fortalecer nuestros propios procesos y espacios.

Para fines de 1998, nos acercamos distintos sectores que habíamos confluido en la crítica a la situación presente del anarquismo, al que veíamos continuamente mordiéndose la cola en una autocomplacencia aterradora. A fines de ese año, habiendo acumulado un poco más de experiencia, habiendo hecho algunos nuevos contactos en el camino, y habiendo vuelto a recomponer las confianzas que se habían perdido al calor de los tropiezos de los dos años anteriores, comenzamos el proceso de convergencia libertaria, que se dio en paralelo a la definición del anarco-comunismo en Chile.

Creo que es importante ser muy claro en que cuando formamos el grupo organizador del Primer Encuentro Anarco-Comunista de Chile, teníamos una noción más o menos vaga de qué queríamos y esa noción fue definiéndose mediante reuniones frecuentes en las cuales los compañeros de ese grupo organizador compartíamos lecturas, reflexiones, experiencias y al calor de ese debate, fuimos definiendo lo que entendíamos por anarco-comunismo. Indudablemente se fundamentaba en los innegables aportes de la Plataforma del Grupo Dielo Trouda y del Manifiesto Comunista Libertario de Fontenis, pero no era una aplicación mecánica, sino que una experiencia original, en la cual recogíamos no solamente los elementos más lúcidos de la tradición anarquista revolucionaria, sino que además, recogíamos los elementos propios de la experiencia revolucionaria en Chile –lo cual incluía las luchas que nosotros mismos habíamos dado. Creo que es importante enfatizar el elemento original de esta experiencia, que en ningún caso rechazó aportes de la tradición, pero que la renovó al calor de nuestra realidad concreta.

Uno de los elementos que sabíamos era imprescindible si queríamos llegar a buen puerto, era tener una organización con bases reales, que no estuviera suspendida en el aire: por tanto, nos propusimos que la organización estuviera compuesta por compañeros con trabajos sociales reales. Junto a ello, planteamos temas como el clasismo, la lucha revolucionaria y el compromiso con la construcción de una organización. Así fue que nacimos, con muchos proyectos y con mucha ambición. Y así también creció la organización, terminando por absorber a los compañeros más comprometidos de otra organización llamada Fuerza Libertaria que eran más cercanos a un anarquismo un poco más laxo y que en un primer momento nos había demonizado.

El Congreso de Unificación Anarco-Comunista

El desarrollo de la organización en sí, fue el desarrollo de una serie de contradicciones que surgieron de la puesta en práctica de nuestro proyecto organizativo. Una de las primeras contradicciones se dio ante el peso que la teoría abstracta debía tener según diversos militantes. Mientras unos creían que la organización debía ser una “escuela de anarquistas”, otros mayoritariamente sostenían que la organización sin descuidar los aspectos de formación, debía pensarse como una organización de lucha y de construcción popular ante todo. Pero esa no fue ni con mucho la contradicción más importante.

Creo que fue en los momentos en que comenzamos a definir una estrategia colectiva de “inserción social”, es decir, de determinar una presencia colectiva y decididamente libertaria en diversos espacios sociales en los que participábamos (social, estudiantil, poblacional) cuando se comenzaron a ver las primeras grietas. Algo por lo demás natural, pues el choque con la realidad de la lucha social concreta es lo que al final determinaba lo que había de real y de superfluo en la organización. Una de las primeras discusiones fue en torno a qué tan democrática y representativa era la asamblea general de la organización en la cual se decidía por fuera de los espacios organizativos de lucha. En realidad, cuando se planteó la reforma orgánica, lo que se hizo fue cambiar el eje de la organización hacia los espacios de inserción, hacia los frentes, con lo cual se dejaba sin piso a quienes tenían tribuna solamente  desde la asamblea general. Pero además, aplicábamos un modelo realmente federativo, superando la visión que hasta entonces primaba de un colectivo más o menos grande. Lamentablemente, como respuesta por parte de algunos sectores de la organización, comenzaron las purgas y un mal sano disciplinamiento de muchos compañeros que a veces se equivocaban precisamente porque se atrevían a llevar sus ideas a la práctica o porque no tenían siempre tiempo de bajar al centro desde su población o desde su frente. Algunos frentes, particularmente sindical y estudiantil, fueron injustamente atacados en este proceso.

Por otra parte, algunos sectores de la organización comenzaban en paralelo a forzar realidad artificialmente y a fundar “feudos” en lugar de frentes, y desde ellos se planteó la idea de fomentar un proceso de unidad con otros sectores anarquistas, desde lo “anarquista” y no desde la “lucha”. Eso, en momentos en que veníamos fortaleciendo nuestro trabajo de frentes y, particularmente desde el estudiantil veíamos la posibilidad de avanzar en un proceso de convergencia no desde lo político-abstracto, sino desde nuestro espacio de lucha concreto. Teníamos así la situación a comienzos del 2003, en que por una parte un par de personas en la organización impulsaban una mesa de unidad con otros anarquistas, y por otra parte, otro sector veníamos trabajando en un proceso de convergencia nacional de los estudiantes libertarios a raíz del trabajo conjunto que habíamos dado durante las movilizaciones estudiantiles del 2002. ¿Quién estuvo en lo correcto? Creo que el desarrollo ulterior del Frente de Estudiantes Libertarios comparado con el proceso abortado de la mesa de coordinación anarquista habla por sí solo.

Es esta serie de contradicciones, sumado a las malas prácticas por todos conocidas, que la organización terminó por agotarse a mediados del 2003, entrando a un proceso de discusión y de profunda re-evaluación política que llevó en el 2004 al nacimiento de la Organización Comunista Libertaria de Chile. De ahí, esta organización sigue otro proceso, tampoco exento de contradicciones al cual no me referiré, pero también creo importante que los compañeros que participaron de ese proceso orgánico puedan hacer una evaluación crítica.

A modo de conclusión

Independientemente de los errores que se hayan podido cometer en el CUAC y de los golpes bajos que se recibieron en el proceso de un debate viciado y malintencionado, no podemos perder de vista la naturaleza política de estos dos debates en torno a la cuestión de la construcción de organización y de nuestra política de unidad y de alianzas. Creo que estos elementos dejan importantes lecciones para el presente.

Se ha celebrado el décimo aniversario del Primer Congreso Anarco-Comunista y nuevamente se vuelve a plantear el tema de nuevas coordinaciones, de nuevas convergencias, de nuevas orgánicas de unidad. Tales proyectos no dejan de ser alentadores, particularmente si tomamos en consideración el grado de atomización y dispersión que se vive en Santiago. Pero no podemos caer en los mismos errores de ayer de apresurarnos en el proceso de unidad. Debemos ir paso a paso, discutiendo a todo momento, y sobre todo, debemos evitar, al igual que como lo evitamos el 2003, privilegiar una unidad meramente superestructural, una unidad de orgánicas políticas, sin un correlato en la práctica. La política que definimos entonces y que creo que a la luz de los hechos se ha mostrado como una política correcta, fue la de Unidad desde Abajo y en la Lucha, es decir, potenciar los espacios de base, los trabajos de frentes, y desde esos espacios potenciar la unidad política de los anarquistas para que ésta sea un proceso orgánico, no artificial.

No quiero dejar de resaltar una contradicción aparente, y es que mientras en 1999 nos propusimos fundar entonces una organización política, hoy es este nivel en el cual presentamos mayor debilidad. Creo que nuestra principal fortaleza es el trabajo de frentes, el trabajo al nivel político-social y siendo esa nuestra fortaleza, es natural que cualquier proceso de convergencia a nivel política deba ser tomando como eje estos sólidos cimientos que se han establecido en las luchas estudiantiles, poblacionales y en ciertos espacios sindicales.

Además, semejante proceso de convergencia debería pasar necesariamente por la recuperación de las confianzas, por el abandono de las actitudes arrogantes y soberbias, por tirar por la borda los exclusivismos y por fundar algo que hasta el presente hemos sido incapaces de tener: una cultura de debate constructiva, sana y de altura. Espero que esta revista siga siendo un foro que facilite la creación de esa cultura.

Creo que, por último, es importante tener en consideración algunos elementos no menos importantes para el futuro de nuestro movimiento y que nos llenan de optimismo: cuando comenzamos este camino hace una década, teníamos muy poco que mostrar en términos de lucha concreta, en términos de presencia social. Hoy, aunque falta mucho, hay un acumulado de luchas, de experiencias importante, ha habido efectivamente un proceso de construcción en el que hemos vuelto a hacer al anarquismo patrimonio del pueblo. Eso se reflejó bien durante el encuentro, pese a “ausencias” que creemos que también debieran aportar a este proceso colectivo. Otro hecho notable, es la importante participación de mujeres como se vio en el encuentro: cuando fundamos el CUAC, las compañeras podían contarse con media mano. Eso también demuestra que algo se ha ido avanzando para hacer al anarquismo más inclusivo y un poco más “para todos y todas”. Hoy, pese a todo, podemos hablar efectivamente de un movimiento, el cual retoma la ambición compartida de transformar al mundo.

José Antonio Gutiérrez D.
27 de Enero, 2010
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Un relato del encuentro A 10 años de Comunismo Libertario

Estar ahí era necesario y quedarse será simplemente un placer. Habían pasado 10 años, con sus noches y sus días. Y aquel referente temporal, interpretado desde las diversas experiencias que aquellas dos tardes confluyeron en este espacio de narrativas críticas y debates, sirve para entender la percepción del ayer, del ahora y del mañana. Hablar de 10 años de Comunismo Libertario en Chile suena desafiante. Y en el proceso de instalación de este encuentro no faltó la voz inquisidora que puso el grito en el cielo por una supuesta adjudicación antojadiza de determinadas agrupaciones anarquistas de todas las prácticas identificadas con lo que denominamos Comunismo Libertario.

Sin embargo, lejos del ánimo hegemónico, estaba esta necesidad coherente de hacer la retrospectiva crítica a un momento de la historia reciente del anarquismo en Chile. Una década precedida de contradicciones y crisis profundas que devienen en experiencias sustantivas de organización y consolidación de discursos. Procesos que llevan a generar una pequeña tradición libertaria, volcada a levantar desde el campo popular proyectos autogestionarios, autónomos, basados en la democracia directa. Y como el desafío no era hacer la reconstrucción lineal y anecdótica, lo que orientó el proceso de reflexión fue el presente. Por lo tanto, fue desde el ahora, desde lo que se había construido en estos años, desde las derrotas y victorias, como se fue gestando esta mirada y rescate de un proceso iniciado a fines de los años 90. A la vez, se consideraba que los nuevos niveles de organización también arrojan nuevas crisis y problemáticas.

Las organizaciones convocantes establecieron áreas temáticas en torno a las cuales giraron las exposiciones y debates programados. El primer día se hizo un recorrido histórico de las experiencias organizativas del anarquismo chileno, siendo un aporte en comparación con otras exposiciones que se quedan en lo descriptivo o en análisis lineales que no logran generar interpretaciones que posibiliten debates profundos y críticos. En este sentido se plantearon ejes temáticos que articularon la exposición; separación analítica que supera lo cronológico y establece problemáticas específicas que vistas en perspectivas arrojan miradas complejas acerca de las racionalidades que ordenaban aquellos procesos. Posteriormente, se articuló esta revisión histórica con un recorrido por las ideas fuerza que permitirían hablar de un anarquismo social. En este sentido, se alcanzaron minutos valiosísimos en lo que respecta a instalar los nodos históricos, prácticos, ideológicos y discursivos de un anarquismo con vocación organizativa que permeó la expresión mayoritaria de las luchas libertarias. Un anarquismo que en la contingencia actual toma el calificativo de social; en un afán identitario y en la necesidad actual de resignificar en el plano público lo que entendemos por anarquismo. 

El calor insoportable de este comienzo de enero no fue suficiente para mermar el debate. El diálogo sorprende por alcanzar un nivel que revela madurez, voces que surgen de la experiencia práctica; de la reflexión de compañeros y compañeras que han crecido y han articulado sus discursividades a partir de trabajos colectivos que se han hecho posibles con el esfuerzo silencioso pero con una alta convicción de construir espacios autogestionarios desde las luchas sociales. De este modo, la primera parte de este encuentro permitía a la heterogeneidad de los asistentes, con mayor o menor conocimiento de "lo libertario", tener referentes claros, interpretaciones sólidas para iniciar un proceso de reflexión en torno a las prácticas político-sociales que se identifican como parte del cúmulo de la tradición anarquista.

El segundo día continuaba en el mismo infierno santiaguino. Sin embargo, el ánimo se mantuvo. Con retraso se iniciaron las mesas de exposición y debate. En primer lugar, en torno a prácticas sociales territoriales y no territoriales en donde el anarquismo se hizo presente con prácticas concretas que permitieran formas organizativas horizontales, de carácter autogestionario y que apostaran a la recuperación de la acción directa en las luchas sociales. La segunda parte, según los organizadores una de las más esperadas, buscaba instalar una mirada crítica del auge y caída del CUAC en voces que fueron protagónicas de aquel proceso. 

El espacio que ocuparon las prácticas sociales del Comunismo Libertario en estos últimos 10 años, atravesó un espectro amplio de situaciones y contextos. Tal vez, una luz de lo que debiera potenciarse en el presente en cuanto al proceso de rearticulación y replanteamiento constante que el anarquismo debiera tener desde la relación teórico-práctica. A nuestro entender lo más rescatable de las exposiciones, más allá del hecho concreto de referir con profundidad las particularidades de la articulación de luchas específicas y las problemáticas que aquello arroja, fue la ausencia de la autocomplacencia. Esto, porque quizás en este recorrido de los últimos años de organización (a ratos discontinua) el espacio de lo libertario tendía a ratos a mirarse el ombligo, intentando convencer a los "convencidos" y hacer de estos encuentros un mero testimonio acumulativo de experiencias. Aquí lo que hubo de sobra fue mirar desde adentro cómo se había crecido individual y colectivamente en contextos de lucha, en espacios poblacionales, sindicales, culturales, estudiantiles. 

Y en el debate, que nos permite alcanzar la síntesis, se evidenció la necesidad de problematizar acerca de lo que fue en algún momento parte fundamental de la estrategia política del CUAC: la inserción social. Desde nuestra perspectiva, la constatación práctica de discursos que vienen haciendo crisis al interior del anarquismo y de parte de la izquierda tradicional, se manifestaban con claridad. La pregunta de cómo potenciar las luchas particulares dentro del movimiento social y de cómo encontrar los nodos articuladores para enfrentar una realidad que nos ofrece un proletariado menos homogéneo y más extenso; la necesidad que arrojan las respuestas prácticas, requieren también un repensar la manera en que enfrentamos e interpretamos la realidad en que vivimos y que nos urge cambiar.

Las categorías de análisis y los discursos que van siendo soporte de nuestros deseos, muchas veces arrojan fracturas que mueven (y es lo que esperamos) a instancias de reflexión crítica para reorientar nuestros esfuerzos individuales y colectivos; o también (y es lo que pretendemos superar) aislarnos en prácticas estériles pero aparentemente "viriles" desde lo que consideramos debe ser el desempeño revolucionario de una corriente. Tal vez no consiste en ir, en viajar, en "meterse", sino en emerger organizado desde el pueblo; lo que nos llevaría además a la necesaria problematización de cómo generamos sintonía, de cual es nuestra capacidad para comunicar y materializar nuestros deseos emancipadores. Cambiar la realidad sin darse contra el muro, lejos del mesianismo y la ideologización. No estar atados a aparatos, perder movilidad; no estar atados a dogmas, perder la frescura.

En la etapa final de este encuentro, voces encargadas de compartir el proceso de articulación del CUAC abordaron el proceso previo para entender la razón de ser de esta organización. Esto además porque los convocantes a este espacio de debate establecían que aquella experiencia orgánica era un punto de inflexión para lo que dentro de este contexto se denominó Anarquismo Social. Además de los precedentes, se instalaron los siguientes enfoques: Estructura Orgánica; una visión crítica a la inserción social; el Anarcocomunismo y la necesidad de referentes ideológicos claros; educación y propaganda; política de alianzas y la crisis de la militancia.

El CUAC surge como una de muchas repercusiones de intentos fallidos de articulación general del anarquismo chileno. Y así se planteó durante esta mesa, la visión crítica en torno a cómo los años 90 resumieron la crisis entre subversión y organización, permeándose a veces, enfrentándose en otras. Para efectos analíticos se hace una división, que considera que la primera mitad de los años 90 estuvo marcada por la presencia de decenas de colectivos que funcionaban en torno a publicaciones, a una incipiente presencia en espacios universitarios, a la contracultura, a un pequeño trabajo cultural en poblaciones y a la heredada (o compartida, como se quiera) lucha callejera estudiantil.

La segunda mitad de los 90 va mostrando cómo de la relación entre estos distintos espacios surgen discursos más complejos y nuevos contextos que en algún momento entrarán en un debate (a ratos no muy fraterno). Se da la tensión entre visiones que tenían como prioridad tener un referente global del anarquismo y las que apostaban por fortalecer los colectivos. Por otra parte, la lucha callejera seguía limitada a las universidades y sólo periféricamente tenía eco (al menos desde los anarquistas) en espacios poblacionales. Así uno de los primeros aspectos que intenta superar el CUAC es construir una organización que pueda darse desafíos de mayor envergadura, que tal vez un colectivo por sí solo no podía enfrentar, intentando configurarse como un referente de masas. 

Después de su fundación el CUAC vivirá un proceso de fortalecimiento hacia dentro en donde intenta establecer las bases orgánicas en torno a un trabajo desterritorializado para posteriormente, a un año de su fundación, apostar por la inserción social. En esta etapa de la exposición, se hizo referencia a cómo se llegó a esta necesidad orgánica. El CUAC cambia su dinámica interna en función de este salto cualitativo que aspira a crear frentes territoriales de Inserción Social. Así, los expositores plantearon de qué manera esto ayudó a reivindicar prácticas libertarias al interior de las organizaciones sociales. Como también se plantearon problemáticas con la evaluación de tales espacios y de la falta de debate en torno a cómo se estaba construyendo desde aquellos contextos. La falta de madurez política sumado a ciertos roces de liderazgo al interior del CUAC, termina quitándole potencia a esta política, terminando en constituirse en uno de los factores del ocaso de esta organización. Por lo tanto, las aspiraciones que el CUAC se autoimpuso no estuvieron en sintonía con el contexto interno que la organización vivía. Sin embargo, las consecuencias de tal desafío, en el mediano y largo plazo, entregaron referentes territoriales sólidos.

Desde aquí, también surgió un proceso paralelo a los cambios orgánicos y estratégicos que tiene que ver con definiciones ideológicas al interior del CUAC. La reivindicación del Manifiesto del Comunismo Libertario de Fontenis, como también la Plataforma, permitieron cierta claridad teórico práctica, pero a ratos fue razón para impedir inaugurar espacios permanentes de debate al interior de la organización. Desde nuestra mirada, esto se produce por interpretaciones antojadizas y dogmáticas de determinados militantes, que sirvió para alimentar odiosidades innecesarias.

En uno de los puntos que el CUAC pudo tener mayoritariamente puntos altos, fue en la capacidad para generar una propaganda y una presencia pública sin precedentes en las últimas dos décadas. Fruto del trabajo interno, del compromiso y la creatividad de sus militantes logró instalar en la calle una iconografía libertaria que hizo coincidir lo mejor de la tradición clásica del anarquismo con el desenfado y la irreverencia de la contracultura. Y esto no es menor, ya que permitió que gente que no necesariamente fuera adolescente o luciera un atuendo punk se acercara a las ideas y a la organización. Esto sumado a la edición de una publicación; talleres de debate y formación política; más los espacios culturales que se fueron gestando como fue el mítico Café Acracia, permitió aportar identidad a lo que en ese momento llamamos anarquismo organizado.

El último aspecto relevante que falta mencionar, fue el que aborda la política de alianzas que el CUAC desarrolló. Aquí surgieron voces diversas. Por un lado se hace ver cómo el CUAC apostó por extender puentes pragmáticos con organizaciones de la izquierda tradicional, buscando fortalecer su propio proceso de afianzamiento en los espacios territoriales y al mismo tiempo porque los desafíos globales que se iban asumiendo podían tener en lo concreto puntos de encuentro que ayudaran a construir movimiento social. Por último este esfuerzo se hacía para superar ciertos vicios dogmáticos y de aislamiento que históricamente jugaron en contra del enriquecimiento y expansión del ideario ácrata. 

Y en contrapunto con lo anterior, se desarrolló una crítica por parte de uno de los expositores que tiene relación con cómo el CUAC se relacionó con las demás orgánicas libertarias. Desde esta perspectiva se deslizó una crítica a la incapacidad que tuvo este referente para considerar un trabajo más cercano con instancias más pequeñas que abundaban en el mundo libertario, pero que tal vez miraban con desconfianza desde la contracultura o la ya afianzada tradición del colectivo, a esta nueva apuesta Anarcocomunista. Esto tal vez dio espacio para que crecieran fantasmas, alimentados por la virulencia de críticas interesadas, que terminaron por aumentar un abismo entre el CUAC y una parte del mundo libertario. Podríamos preguntarnos también acerca de las consecuencias positivas y negativas que esto trajo, sobre todo a la luz de las últimas continencias. 

El debate posterior estuvo colmado de buenos aportes. Circulaba la curiosidad, la crítica y la convicción de que habíamos asistido a una retrospectiva que alimentaba nuestros deseos de converger. La necesaria convergencia, con la también necesaria duda de lo que marcará nuestra siguiente década. El espíritu de esta primera década de este siglo nos permitió seguir hablando en estas frecuencias y hoy van permitiendo el origen de nuevas sintonías. Desde hoy podríamos, con certeza del momento histórico que vivimos, hacer lo imposible por emerger como pueblo nuevo desde la cotidianidad de nuestras alegrías y miserias; resistiendo y construyendo diversos; demostrando que hemos aprendido de nosotros mismos y que ese aprendizaje es también parte de procesos colectivos anteriores.

Y en el último aliento de este relato crítico, no puedo abstraerme (es más lo siento una necesidad fundamental) de la emoción de ver esa sala con tantos rostros desconocidos y, por lo menos, más jóvenes que algunos de nosotros. Esto más que sensiblería, nos permitía constatar con esperanza que los esfuerzos individuales y colectivos tienen alcances insospechados. Hubo un tiempo en que podíamos conocer a todos los y las anarquistas de Santiago. Ha habido un tiempo también en que nos hemos preguntado si ésta sigue siendo nuestra barricada; cuestionándonos aspectos más o menos ideológicos, como también teniendo noticias de ciertas prácticas que han llevado al anarquismo chileno a un proceso de crisis identitaria y de atomización suicida. Y como nos hicimos radicalmente cargo de aquella época es que podemos ver que cuantitativamente se ha crecido; que el deseo de libertad, de construcción autogestionaria y asamblearia va fluyendo poco a poco pero con decisión por los ingratos rincones de las demandas populares.

De lo segundo, del que es tal vez este tiempo, constatamos que tiene más de apariencia que de sustancia; que si bien a veces somos lo que parecemos, podemos revertirlo al calor del debate con todos los que estén en el ánimo de hacerlo; que las prácticas que día a día se van diseñando con la urgencia y la imaginación tienen eco en aquel crecimiento cuantitativo que mencioné; porque no somos simplemente más, aquí ha habido heridas y cicatrices, aquí ha existido crecimiento; hemos tenido derrotas porque nos hemos atrevido a vencer; porque seguimos siendo escépticos levantamos nuevos horizontes utópicos, pero lo hacemos desde aquí porque estamos vivos y vivimos la alegría de pensar y sentir de este modo. Y queremos seguir estándolo; los sacrificios e inmolaciones no nos seducen. Lo que nos motiva día y noche, es ese mundo que crecía en el corazón de Durruti, que no era ni nada más ni nada menos que otro corazón revolucionario.


Cristián Olea
Santiago de Chile, 26 de Enero, 2010





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